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La mañana algo calurosa. El sol, de ésos que anuncian con claridad que el verano está muy próximo. El microcentro tiene una intensidad de tránsito típica de un día de semana. Colectivos, autos (muchos autos) y camiones haciendo carga y descarga. Bocinas. Las características bocinas de apuros y sobrepaso, siempre tan innecesarias.

 

 La cuadra donde vive Manuel Aranda es una de ésas con edificios altos y viejos. De veredas muy angostas. La gente camina apurada, casi atropellándose con el próximo y con el próximo transeúnte. Todos, absolutamente todos, apurados.

 

 La puerta de madera está mantenida en muy buenas condiciones. Muy alta y con vidrios biselados. Las rejas negras torsionadas. Todo en perfecta armonía con el resto arquitectónico.

 Con algo de ansiedad por aquel encuentro, toco timbre.

 

Desde el primer diálogo o el saludo de rigor hasta sentarnos uno frente al otro todo transcurre con otros tiempos. Los tiempos que Manuel impone al saludo, a la charla, al acomodarse en su viejo sillón. Su sillón predilecto.

 

 El ascensor tiene los mismos años que el edificio y el mismo ritmo que Manuel. Se nota que casi se acomoda en cada piso al que llega.

 

 Manuel, sin habernos conocido previamente, muestra su gentileza. Todo transcurre en sus tiempos, en su tono y su amplia generosidad en volcar su experiencia vivida.

 

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 Llegando al final de la entrevista parece que sus recuerdos se motivan. Continúan aflorando y salen nuevas anécdotas.

 

 Los ruidos de la calle son casi molestos... No: los ruidos de la calle son muy molestos. Sé que interfieren en la grabación. Igual tengo que respetar su pedido. El quiso sentarse allí: su sillón más cómodo en su lugar de trabajo, al lado de la ventana que da justo a la calle. Usina de ruidos.

 

Manuel comenta que le habían realizado otras entrevistas en otro lugar, en el interior del departamento, pero que él se siente a gusto allí.

 


 

Los ruidos pasaron a ser secundarios.

La charla fue difícil en cuanto a lo técnico, pero Manuel la hizo muy apasionante.

El ascensor vuelve a marcar sus tiempos.

 

Manuel me acompaña hasta la puerta de calle.

Nos damos un fuerte apretón de manos.

 

 - Gracias Manuel, ¡por tu tiempo!

 Manuel cierra la puerta. Y la calle marca otros ritmos.

 

Los tiempos de Manuel

 Texto, video y edición: Ángel Amaya

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